INCERTIDUMBRES DE UN LECTOR PANDÉMICO

¿De qué depende la elección de una obra literaria? Lógicamente no se puede pasar de un Osvaldo Lamborghini a un José María Arguedas o de un Malcolm Lowry a un Shakespeare. Simplemente no se puede, piensa. A Balder siempre le ha parecido curiosa y extravagante la forma de seleccionar sus lecturas.  

Se podría inferir dos respuestas para la pregunta inicial: el estado emocional o el interés académico. Por lo tanto, es fácil deducir que la relectura de los cuatro libros que él ha tenido en estas últimas semanas se debe a su depresión. Por ello ha utilizado términos para tratar de definirlos:


Primer libro:

Por favor, rebobinar de Alberto Fuguet = Vértigo

 Segundo libro:

Marc, la sucia rata de José Sbarra = Sobredosis

Tercer libro:

La trama nupcial de Jeffrey Eugenides = Desolación

Cuarto libro:

Todo arrasado, todo quemado de Wells Tower = Nostalgia

Balder piensa que términos como desamor, soledad, muerte, tragedia, etc., también podrían definir a estos libros, pero el fetichismo por las palabras poéticas nunca se le irá. Hay libros que abren abismos por distintas partes del cuerpo, eso es seguro, así como hay otros que alimentan el ego de los lectores.  

¿En la tristeza qué libros se pueden leer?

Él cree que debe haber una clasificación de las obras por ciertas conductas o estados emocionales, y no por movimientos culturales, ni por nacionalidades, ni por el contexto temporal, ni mucho menos por generaciones.

He aquí la formación de sus grupos:

-       Felicidad.

-       Tristeza

-       Suicidio

-       Sobredosis

-       Lucidez

Un Cortázar fácilmente podría entrar en el primer grupo, pese a que está envejeciendo mal ¿alguien es tan bobo para ponerse triste leyendo un cuento de este autor o la desdichada “Rayuela”? Solo a un maldito hípster se le ocurriría llamar “Maga” a la mujer que quiere. El franco argentino es muy divertido (cuando se quiso poner serio es cuando escribió lo peor de su narrativa ¿Libro de Manuel?) Según mi querido amigo Amós León, el andino Edgardo Rivera Martínez está al mismo nivel que el autor de Bestiario, y si él lo dice, hay que hacerle caso.  En Nicanor Parra y Phillip Roth también encontramos felicidad, pero en un sentido totalmente distinto.  

Un Chejov entraría, sin reclamos, al segundo grupo. Sería pretencioso y nada abominable meter a todos los rusos dentro del mismo grupo. Se puede lanzar enormes carcajadas leyendo a Gogol, pero sin dejar de pensar “qué triste es Rusia”. Y ni hablar de Dostoievski y sus personajes afiebrados, parricidas, asesinos, redentores, marginados, pero siempre pensativos. De Tolstoi, un peso pesado, mejor ni hablar, no nos conviene.

En el tercer grupo entrarían los escritores suicidas con sus respectivas obras suicidas. Nada más irónico que hablar del aquello sin llegar a realizarlo. ¿Falta de valentía? ¿Simple moda? Aquí encontraríamos a los Caicedo, a las Pizarnik, a las Plath, a las Anne Sexton, a los Chatterton, a los Ojeda, a los Luis Hernández etc. Desde un cuarto oscura se escucha la risa grotesca y jokeriana de Kennedy Toole. Terrible.

El cuarto grupo estaría liderado por el viejo William Burroughs. Nada más marciano que matar a tu mujer practicando el viejo juego de Guillermo Tell. Es cierto, que hay otros escritores con mayor talento que este viejo yanki, pero Burroughs se los lleva de encuentro a todos. Quizás por estos lares del continente podríamos añadir a Alberto Fuguet, chileno amariconado que resulta siendo más escandaloso y sincero que otros que se la tiran de machotes, pero que tienen una narrativa débil y enfermiza.

Ahora el grupo solemne e intelectual. Para empezar tres nombres: Orwell, Nabokov y Borges. Sartre, literariamente, no convence. ¿Habrá que ser muy inteligente para ser un gran escritor? Debatible. Otro que entraría a este grupo selecto es el vilipendiado, ignorado, insultado y casi agarrado a golpes, el irremplazable César Aira, con su lenguaje fino y cadencioso, provenientes desde una torre de marfil. Todo lo contrario de Sabato, el maestro de mi adolescencia. Lugones, Borges aún sueña contigo. Luego preguntan qué tienen de especial los argentinos. ¿Foster Wallace, podrías entrar aquí, por favor?

Balder piensa que se ha olvidado de otros monstruos de la literatura, pero estamos en el siglo XXI, y el lector tiene un papel determinante en la culminación de los textos. Además se lamenta de no incluir el grupo “violencia”, donde fácilmente estarían Faulkner, Elrroy, Bolaño, Jack London, McCarthy y Arlt, y el grupo de las inexorables feministas.

¿En qué nuevo o ya mencionado grupo entraría un Pessoa, un Carver, un Cartarescu, un Kafka, una Anna Porter, un Onetti, una Shirley Jackson, un Juan José Saer, un Cheever, etc?

Que empiece el juego, igual la literatura no es tan importante.



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