Soñé que era un adolescente caminando por las calles del centro de Trujillo. No tenía a nadie, no recordaba a nadie, no conocía a nadie. Era inmensamente feliz.
Soñé que era el fin del mundo y que en el cielo prendido en fuego estaba Dostoievski gritando: se los advertí, se los advertí, Dios nunca nos quiso.
Soñé que tenía quince años y que cada
tarde, al salir del colegio, me esperaba en medio de la pista una adolescente
que me gritaba: ven, yo te cuidaré de tus padres, ya no te sentirás solo. Cuando
intentaba acercarme, desaparecía entre los carros.
Soñé que una madrugada alguien entraba
por la ventana de mi cuarto y se escondía en el armario. Yo me armaba de valor e
iba a enfrentarlo, pero al intentar abrir la puerta, él me decía: no abras, no
abras, no veas mi rostro, soy Salinger, el viejo guardián del centeno y me
quieren matar. Entonces sonreía y me echaba a dormir.
Soñé que era jueves y que llovía mucho.
En el parque no había nadie más que una adolescente tirada en el grass. Me
acercaba para echarme a su costado y ella no se daba cuenta de nada. Solo
murmuraba: nunca me voy a morir, nunca me verán morir. Tenía los ojos más raros
y hermosos que había visto en mi vida.
Soñé que mi hijo tenía veinte años y que
me decía que había publicado su primer libro de poemas. Yo no sabía si llorar
de alegría o de tristeza.
Soñé que tenía cinco años y que estaba
echado en un cuarto oscuro con las manos embarradas de chocolate, de pronto
aparecía un ángel que me cantaba al oído: “se ríe el niño dormido, quizás se
sienta gorrión esta vez …”
Soñé que estaba en el funeral de mi
mamá. El cajón era de un color gris con bordes dorados. Yo aún no comprendía
nada de lo que pasaba. Había tratado de llorar dos horas seguidas, pero no podía.
Sentía pena y asco por mi falta de sensibilidad. Al otro lado del ataúd estaban
mis hermanos que no dejaban de reprocharme por qué la había abandonado. Entonces
no me quedaba nada por hacer ahí, solo subir a mi habitación y empezar a
escribir mi primera novela con los ojos llenos de lágrimas.
Soñé que era de medianoche y que leía “Juntacadáveres”
mientras fumaba en la sala de estar de un hotel. De pronto aparecían
cientos de prostitutas que amenazaban matar a todos los huéspedes, pero menos a
mí. Me llamaba Larsen y era feliz.
Soñé que entraba al cuarto de un hotel y
que encontraba a Puig y a Sbarra desnudos, moviéndose incansablemente, uno
encima del otro, mientras se jactaban de haber matado a Borges. Pobres
cabrones, pensé.
Soñé que estaba a punto de escribir un
poema y que de pronto aparecía Roberto Bolaño vestido de detective. Tenía los
ojos llenos de ira. Cogía mi mano y me cortaba los dedos, uno por uno, mientras
me gritaba: escribe mierda, la poesía no es para cobarde ni llorones.
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