MUCHEDUMBRE


Me gustaría encontrar a alguien que quisiera fracasar. Eso es lo sublime.

Jhon Dos Passos

Imaginen que exista un parque pequeño en medio de una urbanización tranquila y prudente de clase media. Una urbanización donde la mayoría de los hombres se levantan a las seis de la mañana para ir al trabajo, cansados del mal aliento y de la piel marchita de la mujer con quien llevan casados muchos años. En algún momento de su vida seguramente existió lo que todos llaman amor. Pero el tiempo todo agota, todo deshace. Todas las mañanas escuchando la misma voz punzocortante que va fragmentando los años y los recuerdos.

Por otro lado, estas mujeres también están cansadas, se levantan temprano para preparar el desayuno a sus maridos y a sus hijos. Maridos que ya no transmiten nada, que ya no poseen ese halo de misterio que las fascinaba. Se lamentan por haber sido madres muy jóvenes y no tener una carrera profesional que les ayude a escapar de todo este teatro. Cuando todos se van. Vuelven a pensar en ellas mismas.  Se dan cuenta que el tiempo aún no ha desvanecido totalmente su belleza. Recuerdan su primer amor.

Por las calles encontramos también a niños y adolescentes caminando a las siete de la mañana. Unos con ropa de calle, otros con uniforme escolar, pero todos deseando no ser como papá cuando sean mayores.

Todo impecable. Todo ordenado. La multitud colma la avenida. Masas de carnes moviéndose sigilosamente como un animal herido. Un grupo deshace esta gran masa subiéndose a los microbuses. Pero nuevamente la masa vuelve a su forma inicial, y crece y crece. Distintos trajes, distintas edades, distintas desgracias. Pero todos con la misma expresión en el rostro: el hastío.

Ahora imaginen que también exista una joven de dieciocho años. Su casa también forma parte de esa urbanización.  Pero ella está lejos de todo el espectáculo. Está sentada en el escritorio de su habitación. Tiene la necesidad de escribir una gran historia. No sabe cómo empezar.

De rato en rato para que las ideas broten se acerca hacia su ventana y mira todo lo que hay a su alrededor.  Son las nueve de la mañana y aún está en pijama. Todo el panorama irreal que surge de su habitación parece un cuadro de Van Gho.  La cama ordenada. Un estante repleto de libros originales e impresos. Un gato duerme plácidamente al borde del colchón. Ella lo mira y sonríe. Hace unas semanas se ha dado cuenta de que solamente en el arte el fracaso tiene cierto esplendor. En otro lado el fracaso es condenable. Sino imaginémonos otra historia, la de un hombre de treinta y dos años suicidándose después de que veinte editoriales rechazaron su novela. Este joven escritor tiene una madre que aún llora su muerte, pero que a pesar del dolor y de la soledad, tiene las fuerzas necesarias para seguir confiando en el talento de su hijo. Y lleva el manuscrito de la novela entre sus brazos, como si fuese un recién nacido, como si fuese el recuerdo más hermoso que le queda de su hijo, y se lo entrega a un profesor de alguna universidad norteamericana, y este desconfía, pero días después de haber acabado la novela se da cuenta de que la literatura es un cuchillo de doble filo. Concluye que ha sido un gran error que tantas editoriales la hayan rechazado. Se lo dice a la señora, ambos se abrazan y lloran juntos. Él hace todo lo que está al alcance de sus manos y la novela, por fin, logra publicarse. Años después, esta gana el premio Pulitzer.



En otro contexto, la misma joven que quiere ser escritora tiene en sus manos un libro amarillo, editorial Anagrama, que lleva por título: “La conjura de los necios” de un tal John Keneddy Toole. Este autor nació en Nueva Orleans en 1937 y murió en 1969.

Por ahora no se sabe nada más de ella, ni de qué hará en todo el día. 

¿No es hermosa la vida?



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