Imagínate que sueñas con un parque, una casa de campo y un bosque en medio de la nada. Imagínate que estás en esos tres espacios en el mismo momento. Puedes mirar a niños que corren en círculos, a una joven triste que se balancea lentamente en una hamaca y pájaros de todos los colores que construyen sus nidos en las ramas más gruesas y altas.
Eres una niña de diez años, llevas puesta un vestido de color azul que no logra cubrir
las pequeñas cicatrices de tus brazos y piernas. Tienes la sensación de que te
observan, pero lejos de atemorizarte sientes felicidad, no sabes por
qué. Crees que la vida es como una cajita musical. Piensas en alguien y sonríes
contigo misma. De pronto gritan tu
nombre y sientes la necesidad de dar con él o ella. Corres por varios minutos y
cuando estás a punto de descubrir de quién se trata te despiertas. Miras el
techo de tu cuarto. Miras a tu costado. No hay nadie. Tus pies desnudos y
geométricos chocan entre sí. Te mueves
de un lado a otro intentando volver a dormir y no puedes. Sientes una
sensación de angustia y pena por no saber quién te llamó, pero sabes que no
solamente es por eso, sino también porque volviste a ser una niña, algo que
nunca quisiste que deje de pasar, pero el tiempo es así, todo destruye, todo cambia.
Ahora tienes X años y una piedra de obsidiana en lugar de un corazón.
Debí suponer
que conocerte me traería muchas alegrías, pero también muchos problemas. Todo
tiene sus pros y sus contras, sus certezas y sus dudas, aunque no hay por qué
polarizarlo todo, como tú bien lo dices, pero a veces es inevitable, sabes.
Cuando pienso en todo esto no puedo quitarme de la cabeza algunos fragmentos de
mi vida. He tratado de unirlos, pero se mezclan con imágenes tuyas que giran
como astros enloquecidos y balbuceantes sobre estas paredes que me van cercando
como un animal de invierno. Tampoco puedo dejar de pensar en que parecemos el
prólogo de una novela de ciencia ficción: una trama llena de viajes atemporales,
seres antropófagos, fantasmas asesinos, insectos carnívoros y otras rarezas
más. Del autor no se sabe nada, no aparece en ninguna antología ni en páginas
de internet. Mejor así, ¿no crees?
Te conocí comprando
libros de segunda en una casona vieja del centro de Trujillo. Vaya manera de
dar con alguien que ha estado oculta entre piedras invisibles y pequeños
laberintos. Tenías la mirada angustiada y una especie de cerquillo que adquiría
la forma de una araña que teje sus sueños sobre pupilas heridas y labios
resecos.
Desde ese
momento algo ocurrió. Bing Bang dentro de mí. Estoy a punto de colapsar.
(Seguirá)
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