SOÑÉ QUE ERA UN ORNITORRINCO

(Homenaje a Roberto Bolaño)

Soñé que era un adolescente caminando por las calles del centro de Trujillo. No tenía a nadie, no recordaba a nadie, no conocía a nadie. Era inmensamente feliz.

Soñé que era el fin del mundo y que, en el cielo, prendido de fuego, estaba Dostoievski gritando: “Se los advertí, se los advertí, Dios nunca nos quiso”.

Soñé que tenía quince años y que cada tarde, al salir del colegio, me esperaba, en medio de la pista, una adolescente, que no dejaba de gritar: “Ven, por favor, yo te cuidaré de tus padres, ya no te sentirás solo”. Cuando intentaba acercarme, desaparecía entre los carros.

Soñé que una madrugada alguien entraba por la ventana de mi cuarto y se escondía en el armario. Yo me armaba de valor e iba a enfrentarlo, pero, al intentar abrir la puerta, él me decía: “No abras, no abras, no veas mi rostro, soy Salinger, el viejo guardián del centeno y me quieren matar”. Entonces sonreía y me echaba a dormir.

Soñé que era jueves y que llovía mucho. En el parque no había nadie más que una adolescente tirada en el pasto. Me acercaba para echarme a su costado y ella no se daba cuenta de nada. Solo murmuraba: “Nunca me voy a morir, nunca me verán morir”. Tenía los ojos más raros y hermosos que había visto en mi vida.

Soñé que tenía cincuenta años y que estaba en una habitación con personas que no conocía. Los párpados me dolían demasiado y por mi mente pasaban muchos recuerdos tristes. Así estuve un buen rato hasta que me dormí. Cuando desperté, ellos aún estaban ahí, mirándome, como si esperaran que despertara para venir a matarme. Ya no había nada por hacer.

Soñé que mi hijo tenía veinte años y que me decía que había publicado su primer libro de poemas. Yo no sabía si llorar de alegría o de tristeza.

Soñé que tenía cinco años y que estaba echado en un cuarto oscuro con las manos embarradas de chocolate, de pronto, aparecía un ángel que me cantaba al oído: “Se ríe el niño dormido, quizás se sienta gorrión esta vez…”.

Soñé que estaba en el funeral de mi mamá. El cajón era de un color gris con bordes dorados. Aún no comprendía nada de lo que pasaba. Había tratado de llorar dos horas seguidas, pero no pude. Sentía pena y asco por mi falta de sensibilidad. Al otro lado del ataúd estaban mis hermanos que no dejaban de reprocharme por qué la había abandonado. Entonces no me quedaba nada por hacer, solo subir a mi habitación y empezar a escribir mi primera novela con los ojos llenos de lágrimas.

Soñé que era de medianoche y que leía «Juntacadáveres», mientras fumaba en la sala de un hotel. De pronto, aparecían cientos de prostitutas que amenazaban matar a todos los huéspedes, pero menos a mí. Me llamaba Larsen y era feliz.

Soñé que entraba al cuarto de un hotel y que encontraba a Manuel Puig y a José Sbarra desnudos, moviéndose incansablemente, uno encima del otro, mientras se jactaban de haber matado a Borges. “Pobres cabrones”, pensé.

Soñé que estaba a punto de escribir un poema y que, de pronto, aparecía Roberto Bolaño vestido de detective. Tenía los ojos llenos de ira. Cogía mi mano y me cortaba los dedos, uno por uno, mientras me gritaba: “Escribe mierda, la poesía no es para cobarde ni llorones”.




Comentarios