Es de madrugada y no logra dormir. Cuando el insomnio aparece, se distrae viendo desde la ventana el lento movimiento de los cuerpos que caminan a esa hora por las calles. Se ven tan frágiles que a veces es fácil confundirlos con bolsas negras y es entonces cuando tiene miedo de verdad. Nuevamente lo intenta, pero su mente es una máquina de fotografías confusas. Piensa en muchas cosas, algunas no tienen mucho sentido y aun así logran herirla. Escucha el galopar de bestias corriendo por toda la habitación.
El chico que está roncando a su costado es Fernando. De rato en rato su cuerpo se sobresalta. No se atreve a acariciarlo. En la mesa de noche hay media botella de ron, dos vasos, un cenicero y unas pastillas para el dolor de cabeza. En la habitación de al lado duerme Romina, su hija de seis años.
De pronto suena el teléfono. Sabe de quién se trata, pero no quiere contestar. Lo ha estado haciendo toda la semana a la misma hora. Siempre ha sido capaz de todo, así que no le sorprende.
- ¿No vas a contestar ese maldito teléfono?
- No, cariño. Es muy tarde y quizás se equivocaron de número.
- Entonces cuelga, maldita sea. Mañana tengo que ir temprano al trabajo.
Levanta el auricular, trata de no respirar agitadamente, reconoce esa voz.
- Luciana, soy yo. Contesta, tengo que decirte algo urgente. Hazlo por Romina, sólo quiero hablar de ella, por favor, eso no puedes negármelo.
Su voz se pierde en el espacio de la habitación. Cuelga. No puede hablar. Ya no puede ni siquiera verlo. Todo se terminó. Romina no ha vuelto a preguntar por él desde lo ocurrido en la puerta del colegio. Es inevitable. Trata de ya no pensar. Cierra los ojos con fuerza; sin embargo, sigue viendo las mismas bolsas negras volando por las calles. Quisiera estar allá afuera. Desaparecer, quizás morir. Pero ellas no la dejan, se acercan, se aligeran, golpean la ventana. La abren. Vienen para llevarla. La voz de Fernando la despierta y la golpea.
- ¿No vas a contestar ese maldito teléfono?
- Lo siento, cariño. No me di cuenta, me quedé dormida, será mejor que lo desconecte.
- Haz lo que quieras, pero por Dios, hazlo de una vez.
- Está bien.
Mantiene el teléfono pegado a su oreja. Espero que él se vuelva a roncar, y por fin se atreve a contestar, sabiendo todo lo que eso puede significar en un futuro.
-
¿Hola?
…
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