A veces me
he preguntado si de verdad soy tu hermano, o si es que tus manos, que ya
empiezan a envejecer y a ennegrecerse más, alguna vez cogieron las mías y me
llevaron a los lugares de las mágicas historias que me contabas de pequeño. No
tengo muchos recuerdos de nuestra infancia, salvo algunas fotos que mamá guarda
en el viejo cajón de su cómoda. En una de ellas apareces sonriente, con un
peinado raya al costado que te quedaba fatal, y yo a tu lado, con los ojos
heridos por los rayos del sol, tratando de sonreír con cierta vergüenza,
mientras mamá nos veía de lejos, con una expresión piadosa e incierta.
He crecido
veinticuatro años a tu lado, y no me arrepiento. Aún tengo mis orejas pegadas a
esa pared que nos separaba de los golpes y gritos de papá. Yo nunca se lo
hubiese perdonado, pero tú lo hiciste, y aprendiste a amarlo más aquella
tarde en la que lo miraste por última vez. Para ese entonces ya me habías
enseñado mucho, me contagiaste tus pesadillas y tus incipientes inclinaciones
al arte.
Podría
decirte tantas cosas, negro, pero a veces los sentimientos son palabras
cortadas a destiempo. A veces somos tan distintos, tan opuestos. Yo soy blanco,
tu eres negro. Yo soy renegón, tú eres alegre. Yo estoy leyendo a Tolstoi, tú a
Jodorowsky. Yo soy de la U, tú de la alianza.
Pero
tenemos algo en común: ambos somos padres.
Pd: Gracias
por permitirme ser el padrino de tu hija. Espero que aprendas a terminar un
libro de más de 200 páginas. Es por tu bien.
Comentarios